De nuevo me operan el día 25 de éste mes de septiembre, dos dias antes de mi cumpleaños, pero ésta vez la operación es más estética (aunque necesaria). Han de quitarme un expansor para sustituirlo por la prótesis.
Una anestesia general no le hace gracia a nadie, evidentemente, pero no es miedo lo que siento. Os prometo que ni siquiera la muerte, una muerte razonada, claro, natural, una muerte después de haber vivido amando, ha de darnos miedo si hemos contribuído a dejar un recuerdo hermoso. Da pena irse, dejando aquí tantas maravillas, desde luego que sí, pero el miedo debiera ser otra cosa.
Ayer estaba en la barra de un bar pagando la cuenta con mis hijos y mi marido. Había tres señores hablando entre ellos sobre el respeto, sobre la ley, sobre la justicia, sobre la cárcel, sobre las mujeres... Uno de ellos me miró de reojo y dijo en voz alta: -Aunque haya una mujer delante lo voy a decir... si mataramos a veinte mil mujeres al día verías tu como escarmentaban.- Y lo repitió. La repetición me hizo aún más daño, si cabe. No ya como mujer, como ser humano. Yo lo miré a los ojos unos segundos y ví tanta pobreza en su vida que me dió miedo; y eso sí era miedo: saber hasta qué averno es capaz de escarbar la miseria de una criatura. Operarme no me da miedo. Me fuí hasta la mesa donde estaba mi familia, miré a mis hijos y les dije que si quieren matarme un día no tienen más que llevar dentro tanto cieno, tanto tedio y tanto odio. -Eso me da miedo, que un día os deis cuenta de que vuestra vida está siendo inútil, hijos míos. ¿Operarme?, ¿tener una enfermedad física?, ¿morirme incluso después de haber amado? No. El miedo es estar vivo sabiendo que el recuerdo más hermoso que vas a dejar a alguien, es tu deseo de asesinar a veinte mil mujeres cada día y ser tan cobarde que ni siquiera te vas a entregar para que te encierren por haberlo pensado. Pero bastante prisión te espera el resto de tu vida. Estar dentro de tí mismo, amigo.
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