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OJOS NEGROS

Hoy, al salir de un congreso en Cartagena, iba cargada de libros, bolso, maleta... Un grupo de al menos siete jóvenes de la misma edad que mis hijos mayores, entre trece y diecitantos años aproximadamente, hacían corrillo en un parque. Tenían un par de litros de cerveza abiertos y varios de ellos fumaban, después supe qué exactamente. Uno de los chavales me dijo: -Cuidado, cuidado, que lo pisas, mientras señalaba al suelo. Yo paré en seco y miré a mis pies a ver qué había. Todos se rieron a carcajadas y entendí que quisieron reírse un rato a costa de lo que fuese. Yo también me reí

y con mucho cariño me acerqué al corrillo. Dejé la prisa (y mira que tenía) y les dije que me dejasen sentarme a su lado. Quedaron bastante sorprendidos y eso les sirvió para guardar silencio y escucharme. -Me llamo Magdalena, tengo un hijo y dos hijas que rondan vuestra edad...y les conté en diez minutos de qué va la vida. Les recité esas “instrucciones” que tantas vueltas al mundo han dado y les hablé de la necesidad de amarse y respetarse. Cada cual me miraba en silencio. Les di la importancia que tienen. -Sois necesarios para este mundo, les dije, y os agradezco mucho que me hayáis detenido gastándome una broma, de no ser por ello, me hubiese perdido vuestra vida. Me habéis hecho reír y darme cuenta de que existís, de que no sois un pelotón de jóvenes bebiendo cerveza y fumando, si no que sois cada uno de vosotros un individuo maravilloso que ha de salvar su trocito de mundo. Una chica con los ojos más negros que he visto en mi vida, y mira que el negro no tiene muchas variables, me miraba fijamente sin pestañear. Me preguntaron varias cosas que les fui respondiendo. Logré que se interesasen también por mi vida. Les puse al día de las nefastas consecuencias del alcohol y del tabaco en todas sus variantes. -Habéis nacido para ser felices y hacer felices a los demás, tenéis el poder de ser jóvenes y fuertes. Hay gente que os espera sin que lo sepáis para ayudarle en su soledad, en su desamparo, en su necesidad. No dejéis que los mayores pasemos por vuestro lado sin darnos cuenta de que estáis ahí. Detenednos de esa manera tan graciosa con que hoy me habéis detenido a mí. Tenéis la obligación de decirnos, !ehhh! que estamos aquí, que nosotros también existimos, que no somos una mesa de camilla que alguien abandonó al lado de un contenedor, que somos jóvenes que necesitan cariño, educación y ejemplo. La chavala de los ojos negros se secó una lagrimilla. Yo tuve que irme pero quedé en volver otro día por El Barrio a ver si los veo. Me dijeron que van casi todas las tardes a esa misma hora. Me dieron un beso y me aprendí sus nombres. Angel, Raúl, Paqui, Teresa, Maricarmen, Dylan y por último Julia, como mi hija, la niña de los ojos más negros que haya visto nunca. -Gracias mil veces, les dije antes de irme, por haberme detenido en mi camino y hacerme ver que sois jóvenes con nombre y con sentimientos. Cuando iba a cien metros de ellos aproximadamente, miré hacia atrás y Julia, aún me miraba.

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