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MIEDO A LOS HIJOS

Se me acercó una señora en una de mis firmas de libros y me dijo llorando que tiene miedo de sus hijos. -No sé de qué manera hablarles para no cansarlos, me dijo casi al oído con dos lagrimas resbalando desde sus ojos hasta mi mesa y me dió las gracias por ese poema mio en defensa de las madres. De una manera u otra, me han contado al oído muchas personas al oír mi poema "la madre" que se sienten identificadas. Otra me dijo que su hijo de diecinueve años, una vez llegó a las manos con ella. Es un problema más frecuente de lo que pensamos. Tener miedo a tus propios hijos porque todo les molesta cuando les hablas, es algo que se normaliza y no se suele hablar con nadie. Perdonad que hoy quiera escribir sobre ello. Es una promesa que hice a esa señora. Si supieran algunos de esos hijos lo delicado que es el corazón de un padre y de una madre... Ay...si supieran los hijos que un abrazo inesperado y un "te quiero" a cualquier hora es capaz de vencer la depresión y el dolor de sus progenitores... Si los hijos supieran el bien que harían en la tierra si se levantaran de la cama abrazando a sus madres y a sus padres para calmarles tantos malestares... Si supieran que sentarse delante de ellos y preguntarles por sus ilusiones, por sus sueños, por sus recuerdos, por sus inquietudes y sus hobbies, les daría a sus padres más días de vida y más fuerza para continuar... pero se nos olvidan tantas cosas en la costumbre de vivir... ...Y entonces exigimos, gritamos, obligamos, forzamos... Creemos que nos merecemos más aún. Dame, traeme, comprame, dónde está, cállate, déjame, ufff, anda ya... esas son las palabras más hermosas que tenemos para los que un día nos regalaron la belleza de amanecer, de respirar, la belleza de vivir, porque no quisieron que nos lo perdiéramos. A eso se le llama altruísmo, amor, generosidad. Pero nosotros queremos aún más y entonces les metemos miedo. No me canses, por favor, no me preguntes ni me mires. No me hables... y ellos, calladitos, van acostumbrándose a que pasen los dias sin ese beso que tanto desean, por el que darían los dos ojos. Por Dios, ¿en qué mundo vivimos? Y nos quejamos de las gerras, de las salvajadas que se dicen en los telediarios, y lo comentamos en el bar, en el instituto, en el parque... justo después, quizá, de haberle dado un grito a quien más nos ama. A mí me parece igual de grave que una guerra. De hecho, por ahí empiezan las catástrofes personales que van generando las mundiales. Por cierto, ahora que caigo, no todos somos padres, pero si todos somos HIJOS, vamos a mirarnos un poquito eso. Empecemos a sacar los besos de donde andan enmoheciéndose.

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